viernes, 24 de septiembre de 2010

El día que comí la Parmesana de Verano

El mismísmo Adrià (en el papel de Adrià en Postlost) me ha sorprendido una vez más (y esta vez sin bajarse los pantalones) con esta crítica de la Parmiggiana Estiva. Aquí os dejo otra contribución a la sección "El día que comí".



No nos engañemos, cuando a uno le prometen una noche con "Parmesanas de verano" espera encontrar alegres chicas de Parma vestidas en bikini. Cuando te dicen que es algo que te vas a comer, das gracias a Dios y sigues soñando con bellas jovenzuelas de la Emilia-Romaña. Pero cuando ves que tú suerte no ha cambiado y que sólo se trata de un plato de cocina, lo mínimo que esperas encontrar en él es parmesano. Pues ni eso.

Esta és la magia de la cocina de Dani: que te cambia el sueño de una orgía veraniega llena de ragatzzas por un plato de berejena, tomate, mozzarela y albahaca, y tú le sigues queriendo igual.

Lo primero que quiero destacar de las "Parmesanas de verano" es su vertical y medida construcción. Un ingrediente en la base. Luego otro encima. Y encima de este, otro. Y luego otro. Y otro más. Y a este último se le sobrepone un ingrediente que lleva otro ingrediente encima. Y otro aplastando al anterior. Y encima se mete otro. Y aquí ya basta por que si no es demasiada comida y sólo se trata de un entrante.

La totalidad configura una edificación perfecta. Un exquisito equilibrio que desafía las normas de física levantando un conjunto arquitectónico-culinario extraordinario. No en vano, este plato le ha
valido a Dani para acumular calificativos como el Norman Foster de los fogones, el Mies van der Rohe de gastronomía o el Ricardito Bofill de la alta cusine.

Para plasmar el placer que sentí al degustar este plato, compuse una breve poesía que me gustaría compartir con el mundo:

Babilonia de tomate, berenjena, mozarela y albahaca,
torre de sabores totalmente opuesta a la caca.
Me siento como un Dios que va a devorarte,
duele en alma y lloro como Bustamante.

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