Hoy Tomás (que hace el papel de Tomás) nos cuenta su experiencia con el risotto para la sección "El día que comí".
El día que comí risotto.
Escribo estas líneas escondido en un habitáculo de 1 metro de ancho por 41 de largo (sin duda, la obra de un arquitecto demente). Sí, temo por mi vida. Sí, temo por la vida de mi familia. Sí, temo porque el final de Lost no me satisfaga.
Mis dos primeros temores tienen que ver con el Risotto de Dani. Un manjar digno de los dioses. Algunos de los que lo han probado y no han enloquecido han calificado este plato como “el sabor que debe tener el pene de Jesucristo”. Pero yo digo que no, ya que en ese caso, habiendo sido creado el hombre a imagen y semejanza de Dios, la autofelación masculina sería una realidad y no una utopía, el “El Dorado” del hombre.
La primera vez que lo probé sentí cosas que nunca antes había sentido. Se me curaron dos caries, y sentí mi vigor sexual revivir. Dani tuvo que golpearme fuerte con una sartén para que no lo violara allí mismo. Nunca he probado un arroz tan jugoso como ése. A la segunda cucharada, se me apareció el espíritu de mi abuela, lo cual no deja de ser raro teniendo en cuenta que ella está viva. Me miró a los ojos y en un susurro, me dijo: “Dame un poquico, niño”. Y se lo negué. Porque el arroz de Dani es tan sumamente delicioso que puede cegarte hasta el punto de no darle una cucharada ni a tu propia abuela.
Nadie sabe con certeza cuál es el ingrediente secreto de ese magno plato. Algunos dicen que sal, otros que carne de bebé rallada. Yo no quiero saberlo. Porque de la misma manera que el Risotto me dio una vida llena de sensaciones y respuestas a los grandes temas (el sentido de la vida, el sentido de cambiarle el nombre a la Contessa por Vienetta…), ahora me ha condenado a un estado permanente de desdicha. Fíjate si estaré mal que he escrito “desdicha” y no he añadido “que rima con picha”. Si eso no es estar mal, que baje Dios y lo vea.
Mi pesarosa existencia empezó cuando me enteré que Dani se iba a vivir a Roma una temporada y, por tanto, no podría comer Risotto durante una temporada. Reconozco que lloré. Reconozco que maldije su estampa. Reconozco que me colé en su casa y lamí la tapa de las paelleras, esperando encontrar vestigios de su obra maestra. Y la cosa fue a peor. Un escuadrón de reputados cocineros, compuesto por Arzak, Carme Ruscalleda y Jamie Oliver, se enteró de que yo había probado el Risotto de Dani. Ahora me buscan por todo el país, con la intención de abrirme en canal y encontrar algo, una pista, de El Plato. Porque esa es otra, después de probarlo, me cosí el culo para no cagarlo jamás.
Y heme aquí, escondido, escribiendo bajo la luz de una vela, en un sótano húmedo. Quizá sean mis últimas palabras. Porque el trío de cocineros me acecha. Hoy me ha parecido ver los pies desnudos de Jamie Oliver. Puede que me esté volviendo loco. O puede que me volviera loco cuando probé el Risotto de Dani.
Pero por lo demás bien. Un plato riquísimo que os recomiendo encarecidamente.
Tampoco has dicho "Risotto, que rima con escroto".
ResponderEliminarQuizá sea eso lo que lleve...
Joder, yo no quiero que me pasen todas esas cosas por comer un puto risotto. Me quedaré con el venado.
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