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sábado, 13 de febrero de 2010

El día que comí los Gnocchis de Espinacas

Tengo el honor de haber recibido un post para la sección "El día que comí". Escrito por Júlia Cot, aka "La Anciana del Risotto", os relata su primera vez con los gnocchis de espinacas.



El día que comí gnocchis de espinacas

Dani me pidió un post explicando las sensaciones que tuve la primera vez que comí gnocchis de espinacas. Pero os voy a contar la segunda.


Recuerdo perfectamente que no recuerdo que día fue. Sólo sé que los esperaba con la misma cara que un perrete pone cuando ve comer a sus amos en la mesa. Yo llevaba días dando vueltas por la casa, nerviosa, orinando por las esquinas. Tenía muchas ganas de comer gnocchis. Pero Dios y la falta de vitamina C quisieron que, el esperado día G, yo pillara un constipado que me impidió notar cualquier sabor.


Dani, un dandy, me preguntó si quería que los hiciera igualmente y yo le dije que por supuesto. Porque tenía un plan: el ‘Plan Magdalena de Proust[1]’. Guardaba tan buen recuerdo de esas delicias de espinacas que estaba convencida que, con sólo verlas y llevármelas a la boca, evocaría de forma viva y clara su sabor, me transportaría al primer día que las comí y que no me haría ninguna falta el sentido del gusto. ¡Ja, destino! ¡Oh rey de los resfriados! ¡Soy más lista que tú! ¡He vuelto a ganar! Muahahahahahahahahaha (risa maligna). Pero no fue así. Me llevé el primer gnocchi a la boca y no noté nada. Ningún recuerdo de esa primera vez, de ese momento excelso en que pensé que aquello era sublime, que me daba igual notar la salsa de mantequilla afianzándose a mis caderas. El resfriado lo emborronó todo. La alta literatura no entiende de trancazos. Excepto la literatura erótica, esa sí.


Pero no me rendí y puse en marcha el plan B. Era una locura. Quizá, una guarrada. Pero no estaba dispuesta a no disfrutar de esos gnocchis. Así que decidí, como la señorita refinada que soy, sonarme muy muy fuerte antes de cada bocado. Atención: al quitar el tapón de mocos, se me destaparía la nariz y yo disfrutaría de unos cinco segundos para comer un gnocchi, antes de que una masa espesa y verde volviera a negarme el sentido del gusto. Tenía que ser un movimiento rápido: quitar mocos, comer gnocchis, quitar mocos, comer gnocchis, quitar mocos… Y sí, sí. Así que lo hice.


No fue agradable para mí. Quizá tampoco lo fue para el resto de comensales. Seguramente muchos no entenderán que haga un post de cocina basándome en algo tan desagradable. Pero, si probarais los gnocchis de Dani, vosotros también estaríais dispuestos a sacrificar vuestra dignidad, la relación con vuestros amigos y a comer sonándose los mocos. Porque los gnocchis de Dani valen más que todo esto.








[1] Copio aquí el famoso fragmento del libro:


“… abrumado por la perspectiva de una triste mañana, no tardé en llevarme maquinalmente a los labios una cucharada de té, en la que había dejado ablandarse un trozo de magdalena, pero en el preciso momento en que me tocó el paladar me estremecí. (…) Lo que así palpitaba dentro de mí debía de ser la imagen, el recuerdo visual…”. A lo que su madre interrumpió: “De verdad, hijo, son las nueve de la mañana. ¿Tienes que estar ya con estas mierdas a la hora del desayuno?” (‘En busca del tiempo perdido. Por la parte de Swan’. PROUST, Marcel. Editorial Lumen)







Dani me pidió un post explicando las sensaciones que tuve la primera vez que comí gnocchis de espinacas. Pero os voy a contar la segunda.


Recuerdo perfectamente que no recuerdo que día fue. Sólo sé que los esperaba con la misma cara que un perrete pone cuando ve comer a sus amos en la mesa. Yo llevaba días dando vueltas por la casa, nerviosa, orinando por las esquinas. Tenía muchas ganas de comer gnocchis. Pero Dios y la falta de vitamina C quisieron que, el esperado día G, yo pillara un constipado que me impidió notar cualquier sabor.


Dani, un dandy, me preguntó si quería que los hiciera igualmente y yo le dije que por supuesto. Porque tenía un plan: el ‘Plan Magdalena de Proust[1]’. Guardaba tan buen recuerdo de esas delicias de espinacas que estaba convencida que, con sólo verlas y llevármelas a la boca, evocaría de forma viva y clara su sabor, me transportaría al primer día que las comí y que no me haría ninguna falta el sentido del gusto. ¡Ja, destino! ¡Oh rey de los resfriados! ¡Soy más lista que tú! ¡He vuelto a ganar! Muahahahahahahahahaha (risa maligna). Pero no fue así. Me llevé el primer gnocchi a la boca y no noté nada. Ningún recuerdo de esa primera vez, de ese momento excelso en que pensé que aquello era sublime, que me daba igual notar la salsa de mantequilla afianzándose a mis caderas. El resfriado lo emborronó todo. La alta literatura no entiende de trancazos. Excepto la literatura erótica, esa sí.


Pero no me rendí y puse en marcha el plan B. Era una locura. Quizá, una guarrada. Pero no estaba dispuesta a no disfrutar de esos gnocchis. Así que decidí, como la señorita refinada que soy, sonarme muy muy fuerte antes de cada bocado. Atención: al quitar el tapón de mocos, se me destaparía la nariz y yo disfrutaría de unos cinco segundos para comer un gnocchi, antes de que una masa espesa y verde volviera a negarme el sentido del gusto. Tenía que ser un movimiento rápido: quitar mocos, comer gnocchis, quitar mocos, comer gnocchis, quitar mocos… Y sí, sí. Así que lo hice.


No fue agradable para mí. Quizá tampoco lo fue para el resto de comensales. Seguramente muchos no entenderán que haga un post de cocina basándome en algo tan desagradable. Pero, si probarais los gnocchis de Dani, vosotros también estaríais dispuestos a sacrificar vuestra dignidad, la relación con vuestros amigos y a comer sonándose los mocos. Porque los gnocchis de Dani valen más que todo esto.








[1] Copio aquí el famoso fragmento del libro:


“… abrumado por la perspectiva de una triste mañana, no tardé en llevarme maquinalmente a los labios una cucharada de té, en la que había dejado ablandarse un trozo de magdalena, pero en el preciso momento en que me tocó el paladar me estremecí. (…) Lo que así palpitaba dentro de mí debía de ser la imagen, el recuerdo visual…”. A lo que su madre interrumpió: “De verdad, hijo, son las nueve de la mañana. ¿Tienes que estar ya con estas mierdas a la hora del desayuno?” (‘En busca del tiempo perdido. Por la parte de Swan’. PROUST, Marcel. Editorial Lumen)






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